martes, 12 de mayo de 2009

ROBERT JOHNSON

EL DIABLO Y Mr. JOHNSON por Ramón del Solo (Director de la Revista Bluespain)
"Creo que fue Miles Davis quien en una ocasión dijo que todos los músicos de jazz deberían un día ponerse de rodillas y dar gracias a Duke Ellington. De igual manera, todos los aficionados al blues una noche de principios de verano estamos obligados a acudir a un cruce de caminos polvorientos, levantar nuestro vaso y beber un trago largo, de esos que queman las tripas, a la memoria de Robert Johnson, donde quiera que se encuentre. De Robert Johnson conocemos 29 canciones, dos fotografías y retazos confusos de una biografía que termina en muerte violenta a los 27 años. Con tan escaso material parece difícil construir un mito; pero pasados más de 65 años de su desaparición, sus 29 canciones se han convertido en clásicos versioneados hasta la saciedad, sesudos expertos continúan buscando una supuesta tercera fotografía y el volumen de libros y artículos publicados sobre su figura supera con creces lo que podría pensarse que 27 años pueden dar de sí. Sin contar con las reediciones de discos que aún ofrecen beneficios sustanciosos y las cifras —9000 $ por la primera edición de Love in vain, en Vocalion— que un viejo original a 78 revoluciones por minuto puede alcanzar en subasta. Sus datos biográficos se confunden con la leyenda que él mismo fomentó y que en los años 60 creció hasta alcanzar la categoría de mito. Según los estudios más fiables, nace en Hazlehurst, Mississipi, el 8 de Mayo de 1911. Hijo ilegítimo de Julia Dodds y de Noah Johnson, en su infancia acompaña a su madre en un constante cambio de amantes y domicilios; a los 17 años se casa con Virginia Travis, pero el matrimonio va a resultar breve ya que, dos años después, ésta fallece a la edad de 16 años junto al niño que estaba esperando. Robert se une sentimentalmente a una mujer mucho mayor que él, la primera de una larga serie de amantes que fue incrementando hasta su muerte, causada por la última de ellas. A lo largo de su vida tuvo un extenso e inconcreto número de hijos, todos ellos ilegítimos. Uno de ellos, Claude Johnson, conductor de camión de más de 70 años, mantuvo una dura batalla legal por sus supuestos derechos. A finales de los '90, un juzgado de Mississipi le declaró único heredero. Sus comienzos en el mundo del blues, primero con la armónica y después como mediocre guitarrista, tienen lugar con el padrinazgo de músicos de la talla de Charlie Patton, Son House o el desconocido Willie Brown, a los que acompañaba en sus giras por garitos y tugurios de la zona cercana a Robinsonville. El propio Son House contaría años más tarde: «Entonces no era más que un chiquillo. Soplaba muy bien la armónica pero quería ser guitarrista. Cuando salíamos de noche para ir a actuar a algún baile, él solía escabullirse de su casa y aparecía donde nosotros estábamos. Ni a su madre ni a su padrastro les gustaba que frecuentase aquellos bailes del sábado por la noche, pues allí había tipos realmente muy violentos». Y aquí entramos en la leyenda. Tras la muerte de su mujer su carácter taciturno e inclinado a la bebida se acentúa y alterna sus trabajos como temporero del algodón con el dudoso negocio de la música para diversión de los trabajadores de las plantaciones. Según declara años más tarde Son House, tras una conversación con el músico de Alabama Ike Zinnerman, en la que éste asegura que aprendió a tocar el blues a medianoche y sobre una tumba, Robert Johnson desaparece de Robisonville sin que nadie pueda dar noticia de sus andanzas hasta que, pasado un año, vuelve a aparecer y a encontrarse con sus amigos. El inexperto guitarrista se había metamorfoseado en un interprete rotundo que hacía palidecer a todos los bluesmen de la zona, como si en algún lugar desconocido alguien le hubiese regalado esa voz aguda y alterada por falsetes increíbles y una forma intuitiva de tocar la guitarra que crearía escuela; las cuerdas bajas marcando un walking bass hipnótico y las otras adquiriendo vida propia. Con el slide arrancaba lamentos como nadie lo había hecho. Keith Richards, el guitarrista de los Rolling Stones recuerda la primera vez que escuchó un disco de Robert Johnson en casa de Brian Jones, «¿Quién es ese?»; «Robert Johnson» «Vale, pero… ¿Quién es el otro tipo que toca con él?». No podía creer que fuese una sola guitarra.
Para sus conocidos, la escuela donde tuvo lugar su aprendizaje no era ningún misterio; el camino era bien conocido en el Delta y muchos otros lo habían seguido antes. Tommy Johnson, otro músico de la misma zona y de la misma época lo cuenta con sus propias palabras «Para aprender a tocar todo lo que quieras y componer tus propias canciones, tienes que llevar tu guitarra a un cruce de caminos, al lugar donde dos caminos se cortan. Ve allí y asegúrate de estar en el sitio preciso antes de la medianoche; entonces, coge la guitarra y toca algo tuyo. Un hombre grande y negro irá hasta allí, cogerá tu guitarra y tocará para ti, hará sonar tu canción y te devolverá la guitarra. De esta forma aprendí todo lo que necesito para tocar».
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